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Cabernet Sauvignon: la reina de las varietales

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Gracias a su alto rendimiento y excepcionales cualidades de adaptación, sobre todo en climas cálidos, la Cabernet Sauvignon es reconocida como la reina de las varietales tintas, presente en la gran mayoría de las zonas vitivinícolas del mundo.

Nativa del sudoeste de Francia, en concreto de la célebre región de Burdeos, su origen data del siglo XVII. En aquella época el cultivo de uvas para vino no se hacía de forma diferenciada como hoy se realiza; por el contrario, era bastante habitual plantar distintas variedades en un mismo viñedo que luego eran mezcladas.

De esta manera nació la Cabernet Sauvignon, como resultado del cruce de Cabernet Franc y Sauvignon Blanc, dos cepas bordelesas también emblemáticas que respectivamente le aportan acentos de grosella y frescas notas herbales.

La uva Cabernet Sauvignon es además una de las más empleadas para elaborar assemblages o mezclas con otras variedades (Merlot, Malbec, Syrah, Carmenere o Cabernet Franc) a fin de aprovechar lo mejor de cada una y producir vinos con características superiores.

En general, los vinos Cabernet Sauvignon se caracterizan por su estructura potente, compleja, y astringente. Suelen ser de color rojo profundo, con acentos azulados o púrpuras y presentan aromas de frutos rojos, como grosella, cereza y ciruela.

Así mismo, poseen un muy buen potencial para la crianza cuando son añejados en barricas de roble, lo que les permite desarrollar matices de color ladrillo, una equilibrada acidez, aromas y sabores más aterciopelados con toques de chocolate, tabaco y madera.

Dependiendo de la añada y sus características, son aptos para la guarda (es decir, para conservarse en botella por periodos de tiempo relativamente largos) y durante la cual potenciarán sus notas de ciruelas secas, cedro, especias, café e incluso cuero.

Un buen maridaje

Usualmente un Cabernet Sauvignon joven marida bien con carnes rojas asadas, mientras que uno de cosecha más vieja es acompañante perfecto para toda clase de embutidos, tablas de quesos maduros y grasos (tipo camembert, brie, grada padano, gouda, provolone o emmental) con frutos secos (almendras, nueces, avellanas); pato, cordero, carnes de caza, horneadas o a las brasas; arroces, pastas, estofados y guisos de gran personalidad a base de salsas fuertes, especiadas o picantes.

En cuanto a los postres, resultan ideales aquellos que tengan como ingrediente principal el chocolate amargo o los frutos rojos, como por ejemplo mousse de chocolate amargo, fresas con chocolate o tartas preparadas con arándanos o moras.

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