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Las modas van y vienen, pero pocos son los accesorios que pueden presumir de haberse instalado como icono más allá de las tendencias marcadas por cada temporada. El sombrero de Panamá es uno de ellos. Durante más de cien años ha sido objeto de culto entre mujeres y hombres, aristócratas y jetsetters, celebridades del set hollywoodense, políticos, músicos, aventureros y fashionistas.
Conocido también como sombrero de paja toquilla o jipijapa, no es en realidad nativo de Panamá, sino de Ecuador. De hecho, desde el 2012, forma parte de la lista representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO. El porqué de la confusión de su nombre parece haberse originado cuando el presidente Theodore Roosevelt lo utilizó durante una visita a la construcción del Canal de Panamá.
Independientemente de lo cuestionable de dicha teoría, lo cierto es que este famoso complemento se fabrica con la fibra de una palmera de las costas ecuatorianas, la Carludovica palmata o palma de iraca. De esta, solo se utiliza la parte interna de aquellos tallos con nuevos brotes que contengan docenas de hojas muy finas, siempre y cuando hayan crecido por lo menos un metro de altura y pocos milímetros de ancho.
Todo el proceso requiere gran paciencia y destreza. Tras desprender la fibra de su corteza, se cuece en agua para eliminar la clorofila, se blanquea y seca al sol por un día; repitiéndose esta última tarea cuantas veces sea necesario hasta asegurarse de que la fibra sea lo suficientemente resistente para el tejido. Una vez elaborado el sombrero, y para que su consistencia sea firme y suave, se palea con una tabla de madera, se plancha y nuevamente se tiende al sol, para finalmente refinarlo y aplicar las cintas que lo adornen.
Entre la variedad de sombreros existentes, destacan por mucho los célebres superfinos de Montecristi, los cuales nacen de las manos hábiles y experimentadas de comunidades artesanales de tejedores; una tradición transmitida de padres a hijos durante generaciones.
Para elaborarlos es preciso invertir más de tres meses de detallado trabajo. Solo se tejen por las noches o en días nublados (para evitar que la palma se vuelva quebradiza) y la trama debe contener un número exacto de puntos por cada hilera; se lavan y blanquean antes de plancharlos y hornearlos. Gracias a la finura del tejido, son muy flexibles e impermeables, de tal manera que al voltearlos y verterles un líquido este no traspasará la prenda.
Sin duda, este accesorio es una genuina obra de arte; perfecto para que lo luzcas en un evento social o deportivo, o dar un toque chic a tu outfit.
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